Al final las cosas han cambiado. Teóricamente para mejor, pero todo esto tiene el sabor agridulce de la derrota y no termino de acostumbrarme. Quizá haya llegado a Ítaca y lo que tengo en realidad es el hermoso viaje.
En fin, que a estas alturas he sacado una plaza de ASO TC en la Universidad Politécnica de Valencia. Algo serio, vamos. Y he encontrado una mujer que me hace algo de caso y voy a comprarme un coche. Después de cinco años de perseguirlo, de mil amargas derrotas consecutivas que no consiguieron quebrantar una voluntad, parece que algo sale bien.
¿O no?
No sé. Desde aquí todo se me viene encima y no le encuentro ni pies ni cabeza. Mi promesa interior de beber hasta perder el control para celebrarlo no ha encontrado motivo. Mala cosa. Después de tanto camino andado y tanta guerra, después de un corazón acostumbrado a la derrota es difícil vivir con una victoria en el historial. Se estaba mejor siendo un perdedor y un fracasado.
De todas formas en esta tesis del fracaso que me ha costado cinco años
escribir hay una página de agradecimientos.
Agradecimientos
En primer lugar, y porque sin ellos no estaría donde estoy, a Emilio, Marcelino, Alfredo, Jovi (¡al fin lo hemos conseguido!), Jordi, Javi y Juan. Estoy aquí por ellos y ellos han estado ahí por mí cuando ha hecho falta. Ahora que me toca alejarme de ellos me doy cuenta de lo que valen. He venido, pero volveré. Mientras tanto, va por vosotros.
A Pilar. El jueves 11 de septiembre hizo que cambiara mi suerte. Ahora queda lo más difícil. ¿Lo intentamos?
A José Luis, Antonio, Óscar, Carlota, Amparo y a otros que mi mente olvida pero no mi corazón. Gracias por estar al lado en lo bueno y en lo malo.
A la gente de SEMAIDO, mi bautismo de fuego.
A Jesús, Agustín, Paco y demás amigos de mi tierra. Es bueno tener raíces, pero mejor aún tener amigos en esas raíces.
A Mar. Gano por Madrid.
A Cloti. Formaste parte de mis aciertos hasta que empecé a fallar. Una lástima, rompí demasiadas cosas en el camino pero siempre estarás ahí.
A quien apostó por mí alguna vez, porque su apoyo y mi intención de no defraudarle me hacía seguir.
A quien apostó en mi contra, porque me hacía esforzarme para demostrarle que estaba equivocado.
Y, como no, a mis padres y hermanos.
Fin de los agradecimientos.
Y nada más. Comienzo a guardar todos los enseres con esa sensación de que uno se marcha. Pronto se cerrará mi página personal, son momentos de cambios y hay un tiempo de plantar y otro de arrancar lo plantado. Ha llegado este último.
Nos vamos. Acostumbrado tanto tiempo a navegar en la oscuridad esta tibia y macilenta aurora ha herido mis ojos, ha afilado esa sensación de derrota. La guerra estaba perdida de antemano, esta victoria no significa nada. Sólo que le estamos plantando cara a la vida y se lo ponemos un poco difícil, quizá hayamos hecho algo bien y ahora recogemos un fruto amargo y escaso. ¡¡¡Pero la vida...!!! Juega con ventaja, siempre acaba venciendo la muy hija de puta.
Ahora mi maltrecho cuerpo mira su alrededor, los cadaveres yacientes alrededor recordando la lucha, las heridas que duelen más que nunca y la esperanza que yace a los pies sin fuerzas para dar un paso más allá. Mientras, a lo lejos, la vida muestra su sonrisa tétrica, burlona y desdentada. La guerra aún no ha terminado
-¿Te duele algo, Frodo? -le preguntó en voz baja Gandalf
que cabalgaba junto a él.
-Bueno, sí -dijo Frodo-. Es el hombro. Me duele la herida,
y me pesa el recuerdo en la oscuridad. Hoy se cumple un año.
-¡Ay! -dijo Gandalf-. Ciertas heridas nunca curan del todo.
-Temo que la mía sea una de ellas -dijo Frodo-. No hay un
verdadero regreso. Aunque vuelva a la Comarca, no me parecerá la
misma; porque yo no seré el mismo. Llevo en mí la herida
de un puñal, la de un aguijón y la de unos dientes; y la
de una pesada carga. ¿Dónde encontraré reposo?
Gandalf no respondió.