Mi diario
 

En algún momento de este diario, cuando 1997 achaba a andar dije que iba a ser mi año. El tiempo pasó y, sinceramente, perdí toda esperanza. Quizá sea verdad que la hora más negra sea justa la de antes de amanecer, pero a primeros de septiembre todo se iba al garete, sobre todo en mi interior. Tenía ya escrita mi carta de rendición y sólo faltaba estampar la firma. El plazo se había cumplido.

El 11 de septiembre todo empezó a cambiar,tan rápidamente que ni yo mismo me lo creí. Incluso en las tinieblas que preludian el amancecer yo dudaba. Ahora uso gafas de sol. Tuve razón: 1997 es mi año.

Eso no significa nada. Es más: significa mucho. Sí, una contradicción semántica, que no lógica. Significa que me han prolongado el crédito, que la vida me da dos palmaditas en la espalda y me dice: "Vale, muchacho. No lo has hecho bien del todo, pero tampoco demasiado mal. En relidad no creía que alguien tan mediocre como tú llegara hasta aquí. Pero hace más el que quiere que el que puede. Te lo has ganado, pero no te lo creas. La próxima vez que nos veamos no será tan fál"

O sea, que esto sólo ha mejorado para poder ir peor. Pero al menos hemos subido un poco más alto, hemos tomado aquella colina aunque son muchas y más altas las que desde aquí se columbran. Tenemos algo de tiempo, algo de experiencia y alguna herida. No hay que olvidarlo, no hay que olvidar nunca. uando percibas los aplausos del triunfo no olvides las risas que causaron tus caídas. No queda tiempo, vamos a empezar a prepararnos para la próxima embestida, que será peor.

Aunque ahora tenemos alguna ventaja. Ya conocemos el sabor amargo de la derrota y no nos gusta, aunque sabemos vivir con él si hace falta. La vida se va a arrpentir de habernos perdonado una vez. Se lo vamos a poner difícil la siguiente. "La próxima vez, no pienso fallar. Encontraré al hombre con seis dedos y le diré: Hola, me llamo Íñigo Montoya. Tú mataste a mi padre. Prepárate a morir."




 

Cambio de planes. Esa parece la frase de mi vida. Las cosas no trancurrieron como esperaba. Oigo afuera el lento tabaleo de la lluvia sobre las hojas, cansino, yerto, melancólico, mientras el viento arrastra el aroma de la tormenta y la tierra mojada. Tengo suerte. No debía quejarme y sin embargo lo hago. Puede que sea injusto, pero me quejo. 

Quizá la costumbre haga callo y las cosas duelen menos que antes, pero el tiempo sigue extendiendo la red que me atrapa día a día, cada vez la huída resulta más complicada y dolorosa y la soledad pesa como una losa en noches como ésta. En noches como ésta, lluviosas y tristes. "¿Desesperación o locura? -dijo Gandalf-. No desesperación, pues sólo desesperan aquellos que ven el fin más allá de toda duda. Nosotros no. Es sabiduría reconocer la necesidad, cuando todos los otros cursos han sido ya considerados, aunque pueda parecer locura a aquellos que se atan a falsas esperanzas. Bueno, ¡que la locura sea nuestro manto, un velo en los ojos del enemigo! Pues él es muy sagaz y mide las cosas con precisión, según la escala de su propia malicia" Vamos a pelear un poco más, sólo un poco, para llegar más allá. Esta vez la verdad, la derrota es severa y cruza mi rostro con sevicia. Un aviso muy serio, cada vez quedan menos cartuchos con los que hacerle frente. 

Decía Jeremiah Jhonson que el día que te cansas es el día que pierdes. Y estoy muy, muy cansado.

 
 
 
 
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Otra página. La anterior no tenía suficiente sabor ni personalidad. La página que ves en la actualidad vuelve a ser oscura y marchita. No hay demasiada esperanza que mantenga viva la llama. Aún así, no es tan drástica como su predecesora. En eso hemos ganado. 
Y esto es mi diario. Es la crónica de una caída que todavía se prolonga en el infinito abismo de la vida. Y no hay nadie para detenerla. Eso es lo malo de caer. Durante la confección de esta página se van repasando los problemas que nos acechan como lobos. Poco a poco la pesadumbre deja paso a la rebeldía, al incorformismo, a esas ganas de pelear y de vencer las adversidades. Sopesando los errores y aciertos, velando nuestras inútiles armas, calculando la estrategia óptima. No importan los errores, estamos donde estamos y hay que mirar adelante. Cuando salgamos de ésta ya tendremos tiempo de mirar hacia atrás, quizás con ira, y nos recriminaremos por nuestros errores. Ahora simplemente no volver a cometer los mismos y pelear. 
De todas formas siempre tengo en la punta de mis dedos esa inenarrable sensación de llegar a todos los sitios por caminos errados, por los más difíciles, pagando un precio alto por cada uno de los pasos dados y recibiendo heridas en el alma que brillan en la oscuridad, querida Mar, algunas heridas que no curan nunca, mi buen Frodo. Ahora todo el camino, el duro y largo camino recorrido a golpes de corazón y esperanza, termina en un lóbrego precipicio que se adentra en la oscuridad. No puedo retroceder. Si lo hiciera estos cuatro largos años serían mi tumba, mi condena, dejarían de tener sentido; dejarían de tener sentido esos precios tan altos pagados para llegar hasta aquí aunque sea de la forma que hemos llegado. Pero lo peor de todo sería que cobrarían sentido las palabras de algunas personas que jamás apostaron por mí, que, en su buena intención, aconsejaban no emprender el camino hacia Ítaca. 
Eso sería lo peor. 

Por eso no puedo volver

 
 
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Una nueva página. Esta vez sí. Cambian muchas cosas, todo ha cambiado. Tras la terrible tormenta un suave y tímido amanecer va llenando de una luz gris y tenue esta macilenta aurora. Hay mucho desencanto, mucha guerra a las espaldas que a duras penas se le encuentra sentido. Queda poca esperanza; ahora está sustituida por un puñado de reglas obtenidas a base de dolor que sirven para navegar en este proceloso océano. Se ha perdido mucha suavidad, mucha magia, mucho encanto. Una lástima pero es así. Lo que tenga que ser será, y hasta entonces a jugar las cuatro cartas que nos quedan como mejor podamos. Y quizá, mientras tanto, amanezca un nuevo sol que llene de luz estos días grises. 
Ahora ese amargo sabor de la pírrica victoria sobre el Señor Oscuro nos acompaña fiero recordándonos los errores. Francamente estos días no he estado demasiado inspirado en la confección de estas páginas. Cuando las concebí, cuando las pensaba, las palabras eran bastante más bellas. La estética siempre quiere ser sencilla, poco recargada, lo esencial. A ver cómo prosigue esto. De todas formas,  1996 fue el primer año de mi vida al que le puse la etiqueta "para olvidar" y 1997 es mi año. 

Algo va a ocurrir. Como volver a ser un niño. 

 
 
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Van remitiendo las horas bajas que poco tiempo atrás marcaron esta página de manera tan cruel e indeleble. Quizá ahora, en este momento, si las hiciese de nuevo, tendrían algún color más. Pero quiero dejarlas así por un tiempo, para que me recuerden mis errores y, en la medida de lo posible, eviten que caiga de nuevo en ellos. Sería imperdonable. 

De todo esto quedan secuelas, eso es innegable. Por lo pronto queda un desencanto, que a veces y a escondidas raya en cinismo para con la vida. Una desesperanza inmensa, inconmensurable, que difícilmente se diluirá. Las heridas duelen intensamente muchas noches. Que todo es apacentarse de viento. Que nada vale la pena. 

Simplemente seguimos caminando, peleando, luchando porque es lo correcto. 

Hasta pronto. Porque no todos los silencios ni todas las lágrimas son malos. 

 
 
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Cierto es que no esperaba estar aquí tan tarde. Pero así ha sido y ya no hay nada que hacer. De nuevo vuelvo a este púlpito que yo me he construido para gritarle al mundo. Ya no me queda otro consuelo. Esperaba, y al decir esperaba me obligo a reconocer que albergaba en lo más recóndito de mi ser alguna esperanza, esperaba como decía dar aquí alguna noticia buena, esperaba que el infierno se desatase sobre mi cabeza para llevarme a un lugar mejor, una especie de purgatorio. Subestimé mi mala estrella. 

Ya no podía sufrir el corazón porque no sufre lo que está muerto, ya no podía perder la esperanza porque nada pierde aquel que nada ya le queda. Aún así, la vida apunta y dispara con macabra puntería y de nuevo un estremecimiento de lo poco, lo nada que queda, un sentimiento de que la oscuridad es infinita, que no hay estrellas en mis noches ni soles en mis auroras, que el camino sigue tan duro como el primer día, que la tregua no existe, que la justicia no existe, que la vida es dolor, que la vida duele en todas y cada una de sus esquinas. 

Poco queda ya, dice uno desde la trichera donde se guarece mientras carga doce balas en sus revólveres con la firme resolución de darle por el saco a esta grandísima hija de puta que es la vida. Me sacarás de aquí con los pies por delante, por tus muertos. Sólo queda eso, plantarle cara a la vida con el poco valor y toda la resolución que nos queda, teniendo la certeza de que lo hacemos bien, lo mejor que podemos, y que algún día, en alguna parte, algo saldrá bien. 

Mientras tanto, caminaremos en tinieblas soñando con estrellas. 

 
 
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Éstas son las primeras líneas que escribo en mi diario. En primer lugar disculparme por estas páginas ante aquellos que las lean y puedan importarles algo . Deliberadamente todas carecen de color, todas son en blanco y negro (salvo una honrosa excepción) y pretenden ser páginas tristes y sombrías. Espero haberlo conseguido. Tenía muchas cosas pensadas para poner aquí cuando llegara este momento, pero ahora o no se me ocurren o no me parecen de lo más adecuadas. 

La cuestión es que últimamente lo veo todo demasiado negro, y he decidido reflejarlo aquí. Quizá sea una especie de protesta ante este mundo, tal vez rebeldía o rabia porque ya hace demasiado tiempo que no sale una sola cosa bien, y que cuando más débil estás, cuando más necesitas meter tu nave en un puerto seguro para reparar las heridas que la vida te abrió en las últimas andanadas, entonces avistas velas en el horizonte y largas todo el trapo que le queda a tu desarbolado barco con la vana esperanza de ganar algo de tiempo para plantarles cara. Porque sabes que no puedes huir, que te darán caza tarde o temprano, que puedes alejarte de lo que corre tras de ti, pero no de aquello que corre dentro de ti. 

Y mientras tanto maldices a la vida por jugar sucio una detrás de otra, por exigirte todo cuando ya ha acabado de molerte a palos, porque da igual que lo intentes con toda tu buena voluntad: siempre acaba por salir mal; esa maldita impresión de llegar a los sitios por camino errados, de hacer las cosas del modo más difícil. 

Por ahora nada más. Cuando el corazón desfallece la cabeza debe tomar las riendas de toda la situación y dictar normas precisas y estrictas para mantener a flote lo que queda del barco. De lo contrario se corre el peligro de pasar al otro lado. 
Y no me gustaría volver allí 

 
 
 
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